Los ojos de ella eran verdes esperanza, pero en ese momento nadie podía verlos. Con la cabeza recostada contra el cristal de la ventana, se dejaba acunar por el vaivén de aquel vagón de tren inundado de bostezos, legañas, cansancio. En sus rodillas apoyaba la carpeta de la facultad, algo roída ya por el paso del tiempo. De pronto, un movimiento brusco la hizo despertar, y sus pupilas se encontraron con las de él, rodeadas de un iris negro como una laguna de onix líquido. Su pelo también era negro, corto, fuerte. Y en su rostro se dibujó una sonrisa tímida y avergonzada. Ella ya no pudo volver a dormirse, pero siguió soñando. Soñaba con escapar del mundo con él, con dejarse agarrar por la cintura y fugarse con aquel desconocido para siempre, lejos del ruido de Madrid, de su prisa, del humo que envolvía las vidas de tanta gente. Y él la miraba como se mira un tesoro recién desenterrado, como se mira al amor cuando se acerca hacia ti subiendo calle arriba.Por megafonía anunciaron la próxima parada y él se levantó de su asiento. Ella sintió como le desgarraban el alma, como se alejaba el futuro que estaba inventando, como se le escapaba la felicidad entre los dedos. Se abrieron las puertas y él bajó, no sin antes mirarla por última vez, con la misma sonrisa tímida y avergonzada.
"Qué tonto- pensó ella- ha olvidado su mochila..."
Dedicado a los ausentes del 11 - M
sábado, marzo 12, 2005
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